Ayer volví a soñar contigo y luego ya no pude volverme a
dormir.
Me puse a escibir
como loca de todo eso que siempre te he querido decir, de lo mucho que
me gustan tus ojos y tu sonrisa, pero como siempre todas esas letras se
quedaron guardadas bajo el colchón. Recordé la seriedad con la que miras y la
sonrisa que aparece en tu rostro pero nunca es a causa mía.
Luego quise verte (quiero verte), quiero probar que si no lo
he logrado es porque nunca he tenido la oportunidad de hacerte feliz por ser
quien soy, que me quieras y que también te des cuenta que me gustas así como
eres.
He intentado muchas veces sacarte de mi cabeza, olvidarte,
olvidar tu risa, tu voz y tus ojos, pero
nunca he podido y no sé porque. Siento que es una locura, que estoy pasando por
una enfermedad que se cura con Diazepam, pero desde que te conocí estoy así. No
es una broma lo que dicen estas letras, o tal vez sí sea una broma pero mía no
sino del destino, que puso ante mí a un hombre que me ha hecho soñar, que me ha
hecho sentir las mariposas que no sentí por nadie más, y a la vez el destino
puso una distancia de cientos de kilometros.
Cada vez que te veo mi corazón se exalta, me siento
nerviosa, me siento ansiosa y más por no poderte decir todo lo que yo quisiera,
porque siempre he querido darte un abrazo para acabar de infartar mi corazón.
Tengo tantos cuentos para ti, tantas canciones que cantarte,
tantas sonrisas que dibujarte.
Pero llega el final de todo esto, amanece después de mi
noche de insomnio y la realidad se asoma por la ventana junto con los rayos del
sol. Nada pasa, nunca digo nada, nunca te escribo nada. Y sé que decirte lo más
mínimo puede ser un error incorregible porque solamente hay dos reacciones para
esto, te pierdo (cosa que sería extraña porque nunca has sido mío) o sigues
ahí, distante pero sonriente.
Esto es lo mejor que he podido hacer después de cantarte “Yellow”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario